viernes, 30 de septiembre de 2011

Pesadillas (II)

Londres, 31 de diciembre de 2002, 23.20 hs. Caí borracho antes de la medianoche y me perdí los fuegos artificiales en el London Eye. Me desperté cuando el sol ya se levantaba por detrás de la bruma gris del Támesis, entonces me apuré a querer saber mi identidad. Es que siempre tengo dificultad en saber quién soy cuando me despierto de una pesadilla, pues dentro de mí existen varias personas reclamándome su realidad, así que bien podía ser cualquiera de ellas. Miré alrededor en busca de mí mismo, a la espera de un recuerdo, de un reconocimiento, de una mínima señal que me diera seguridad, pero nada sucedió. Corrí hasta un café para mirarme en un espejo y nada sentí, apenas vi una imagen sin ningún significado en especial. Así que volví al malecón y me acosté en un banco, enseguida me dormí. Soñé -entonces- que era yo mismo, otra vez, pero ahora tenía canas en mi cabello. Estambul, 30 de setiembre de 2012, 11.30 hs.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Pesadillas (I)

Lamia Paz comía pesadillas ajenas. Solo pesadillas, porque, según ella, le gustaba mucho lo amargo.

Ni siquiera le echaba azúcar al café. Y según comentaba se dejaba caer con bastante frecuencia por funerales en los que no conocía a nadie.

En sus ratos libres veía por televisión debates parlamentarios.

A veces me despertaba en mitad de la noche y la veía observándome fijamente, casi sin pestañear, con sus enormes y apagados ojos verdes. Ella no dormía nunca cuando compartíamos cama. Supongo que, si lo hacía, era sola, recluida, y durante el día, cuando apenas la veía o, más bien, apenas se dejaba ver.

Pero durante la noche era como un foco sobre mí. Yo siempre tuve el sueño intranquilo y agitado, por lo que dormía mucho mejor cuando Lamia estaba a mi lado, pero también me despertaba notándome más vacío, como si me faltara algo que me hubieran arrancado lenta y laboriosamente durante horas.

Al principio pensaba que estaba demasiado limpio, con la cabeza muy pura y las ideas más frescas y ligeras, pero después la sensación terminó resultándome algo más que desagradable.

Incluso los malos sueños tenían un importante valor, que ella estaba devorando por instinto, necesidad o placer. Nunca llegué a saberlo bien.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Consuelo

Para parecer más delgado, comenzó a andar en compañía de gordos. Y se sintió realizado. Entonces, para parecer más inteligente, comenzó a ir a todos lados rodeado de idiotas. Y se sintió realizado. Pero no todo estaba tan bien como suponía, ya que los gordos lo consideraban un idiota y los idiotas lo veían gordo. Él nunca se enteró.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Ave Fénix

El propietario del blog se dio cuenta de que estaba perdiendo la inspiración cuando se decidió a publicar una entrada antigua. Para intentar disimularla, le colocó un adjetivo aquí, le quitó un verbo allá y todos sus seguidores le festejaron el texto sin mayores quejas. Envalentonado, siguió entonces posteando entradas viejas y nadie se dio cuenta de nada, así que el blog dio varias vueltas sobre sí mismo, cual Ave Fénix infinitas veces renacida. Para el bloguero fue un santo remedio: nunca más tuvo que preocuparse por la actualización de su blog. Y sus lectores siguen sin darse cuenta, hoy le llueven los comentarios aduladores y el número de seguidores no para de crecer.

martes, 6 de septiembre de 2011

Lejía

No gotea y apenas deja mancha. Con esta particular enseñanza los oráculos de la higiene nos prometen una vida mejor. Ventajas del producto revolucionario. Visión de mercado. Veda abierta al conformismo. Un subconjunto de mercado se abre paso con las nuevas pautas de una sociedad sin olfato. Nadie, jamás, va a oler el producto que se utiliza para limpiar sus restos.

Ssssnif. Es genial.

Huele a victoria. Victoria sobre las manchas. En el futuro ya lo saben y nos lo traen. Nos traen LEJÍA. Porque la necesitamos. Filantropía intertemporal.

La publicidad. Esa puerta al espacio-tiempo más salvaje. Los cowboys de la sugestión acechan. Usen mi producto. Pero úsenlo. Revuélquense en lejía de tiempos futuros y seguramente mejores, a menos que a Irán le dé por armar la Bomba. Tal vez podamos oxidarla. Con lejía.

Porvenir desalentador. Pero siempre podemos lavarlo. No gotea y apenas deja mancha.

Esa chica que viene del futuro nos trae la solución. El cáncer puede esperar.

Limpien.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Mostaza

La asfixia agónica no se desea a los amigos. Al menos, no a todos los amigos. Pere quiere morir. Así dicho no suena tan mal, yo también quiero; no estoy preparado para el lento proceso de la descomposición, también agónica, por cierto, si te pillara despierto. Él no quiere morir sin más, de viejo o de un disparo en el occipital, no; está obsesionado con el sufrimiento, por eso le hablé de la mostaza sulfurada. Sus agentes vesicantes consiguen, al contacto con la piel, desde simples irritaciones hasta graves laceraciones, ulceraciones e incluso la destrucción total de los tejidos. En forma de gas, le dije, porque aunque en forma de líquido también se encuentra no es lo mismo. Qué contento se puso cuando le dije que al respirarlo, dichas sustancias irían impregnando su tráquea y sus pulmones y que sufriría de verdad mientras agonizaba antes del ansiado colapso final.

Le convenció mi idea. Tras inmovilizarlo en su sillón, aislé a base de silicona todas las ventanas, hasta que convertí aquella sala en una auténtica cámara de gas del Tercer Reich. Cerré las persianas y le dejé a oscuras. Me dio las gracias. Pere no contaba con el factor sorpresa, y además yo no sabía dónde conseguir el famoso gas mostaza, así que vertí sobre él y el resto del mobiliario una lata de gasolina y lancé una cerilla. Se hizo la luz.